El movimiento agua: el retorno de la luz
Rafael de Mora
Los ciclos solares han marcado nuestro calendario existencial desde el principio de los tiempos, creando la eterna danza del Yin-Yang que rige todos los procesos biológicos de nuestro planeta.
En la sinfonía de la vida, coexisten notas musicales y silencios, ritmos rápidos y lentos, compases binarios y ternarios, voces graves y agudas, timbres oscuros y brillantes, instrumentos musicales y voces humanas; y en el encuentro de los extremos, surge la armonía y, de la unión de varios de sus intérpretes, la música de la vida. Es exactamente así como los paleo-arquetipos del Yin-Yang se han reagrupado creando una realidad más compleja a la que llamamos los Cinco Movimientos de la cultura china (五行).
Al igual que las estaciones, los Cinco Movimientos no tienen principio ni fin conocidos, pero al vincularlos con la vida en el planeta, observamos que la luz, el calor y la vitalidad disminuyen y se aletargan durante el invierno, como si el frío invernal congelase la vida misma y, tras llegar a un punto crítico, lentamente, la luz rebrotase de nuevo. Así la luz fecunda la tierra blanda, húmeda y fértil donde la vida emerge en la concepción y se materializa en la gestación.
El Solsticio de Invierno
Todos los pueblos de la antigüedad han estudiado y celebrado el solsticio de invierno por ser el día más corto del año donde la luz del día llega a su mínima expresión, por lo que es el día con más oscuridad del año. Por ello, multitud de tradiciones religiosas lo han tomado como punto de referencia para el inicio de una nueva era y lo han asociado con el renacimiento de la vida.
El neoconfuciano Shao Yong (邵雍, 1011–1077) fue un erudito chino que, en la famosa rueda que lleva su nombre, reorganizó los hexagramas del Yi Jing (Libro de las Mutaciones), modificando la organización original del rey Wen y estructurando los hexagramas en función de los flujos y reflujos con que la luz solar se manifiesta a lo largo del año en la Tierra. Así pues, el hexagrama 24, «Fu, El Retorno: El tiempo del solsticio», se vincula con el día 21 de diciembre.
La imagen «El trueno en medio de la Tierra: la imagen del tiempo del solsticio. Así, durante el tiempo del retorno solar, los antiguos reyes clausuraban los pasos. Mercaderes y forasteros no se trasladaban, y el soberano no viajaba visitando las comarcas».
La imagen nos explica que, en ese momento del año, es propicio que todo se paralice, incluso las tareas rutinarias del Emperador, porque lo contrario sería ir a contracorriente de la propia vida (que es lo contrario de lo que la tradición taoísta pregona con el término Wu Wei, 无为). La Tierra es el arquetipo de la maternidad que es fecundada por el también arquetipo del Trueno, que es el impulso primigenio donde arrancan todos los procesos. Así, literalmente, el Cielo fecunda la Tierra dando origen a un nuevo comienzo de ciclo y a la vida misma.
Las Edades del Hombre
El Movimiento Agua corresponde al invierno y, en las Edades del Hombre, comprende los dos polos de la vida: el alba (concepción, gestación y primera infancia) y el ocaso (decadencia física y muerte). La vida emerge en la concepción de la unión del óvulo y del espermatozoide –del Yin y del Yang– y, desde ese mágico instante, el ser humano no deja de crecer hasta llegar a su plenitud física en torno a los dieciocho años de edad, aunque al cerebro le faltan aún seis años más hasta alcanzar su plenitud histológica.
La aurora de la vida se manifiesta en un medio líquido que acompañará al bebé durante nueve meses, protegiéndolo y aislándolo parcialmente del mundo exterior. Durante los tres primeros meses embrionarios, el bebé construye todas sus estructuras físicas y, tras ese periodo, no deja de crecer. Cuando el útero materno no es suficiente para albergarlo, el bebé envía una señal química a la madre que activa las contracciones que dan inicio al parto. El bebé sabe que abandonar el paraíso uterino es morir a esa realidad, y es la asunción de esa perdida la que le permite avanzar por el complejo canal del parto, donde encontrará otra nueva realidad; o sea, otra nueva vida. Durante el parto, madre e hijo viven en primera persona la experiencia directa del binomio vida-muerte, es decir, esperanza y miedo.
En el crepúsculo de la vida, el cuerpo físico deja de ser el vehículo a través del cual adquirimos experiencias que nutren nuestra alma; más bien, parece convertirse en un lastre que nos frena y que nos obliga a detenernos y a volver la mirada hacia lo más profundo de nuestro ser, porque somos conscientes de que nos estamos acercando al final del viaje. La vida parece hundirse y menguar como la luz con los últimos rayos de poniente sobre el horizonte.
Tanto el bebé como el anciano sienten ese profundo miedo atávico que surge de la proximidad a la muerte, que implica el fin de un periodo y la esperanza del inicio de otro nuevo. Sólo los diferencia el momento del ciclo en que se encuentran, en el retorno (crecimiento) de la luz o en su mengua.
Medicina China
El movimiento Agua está relacionado directamente y de forma sistémica con los riñones (incluyendo las suprarrenales), la vejiga, los órganos sexuales, las médulas, el cerebro, los oídos, el sabor salado, el invierno y la emoción del miedo. Lo que implica que una patología renal, en mayor o menor medida, siempre va a incrementar nuestra percepción del miedo. De igual forma, un miedo mantenido durante mucho tiempo, tarde o temprano, perjudicará a los riñones y al resto de los órganos que componen el mismo sistema. Todas las partes que lo componen, físicas y psicológicas, influyen en el todo de igual manera; por ello, cualquier anomalía local nos está revelando un problema sistémico.
No por casualidad, el miedo es la emoción predominante en niños pequeños y en las personas muy mayores, ya que por falta de maduración o por exceso de degeneración, el cerebro no es capaz de controlar las estructuras que regulan el miedo. Al igual que el resto de las emociones, el miedo juega un papel fundamental en nuestro desarrollo evolutivo, siendo completamente necesario también para nuestra supervivencia. El miedo puntual es completamente necesario y útil, pero cuando se instala en nosotros, nos puede llevar primero a tener trastornos psíquicos y, más tarde, llevarnos a patologías orgánicas más severas.
Si lo vemos desde el punto de vista de la medicina científica moderna, el miedo se sustancia en estructuras muy internas del encéfalo: locus cerúleo (donde se sintetiza la noradrenalina), el cerebelo y el tallo cerebral, zonas que se encuentran ubicadas en el llamado cerebro reptil del esquema del Cerebro Triuno que creó el doctor Paul D. MacLean en la década de los sesenta del siglo pasado. El cerebro reptil es la parte más ancestral de todos los animales, donde se guardan los instintos más básicos para la supervivencia de las especies; por ello, es necesariamente la residencia del miedo. A diferencia de los reptiles, los humanos tenemos, además del cerebro reptil, el sistema límbico y el neocortex, por lo que tenemos la posibilidad de modular los instintos primarios que vienen de lo más profundo de la evolución.
El miedo nos puede paralizar, pero también sirve para despertarnos y así mirar las dificultades cara a cara. El héroe no es quien no siente miedo, sino aquel que, sintiendo miedo, antepone sus principios y responsabilidades a sus limitaciones sin dejarse atenazar por el miedo.
Alquimia China
Tanto en la Medicina China como en la Alquimia China, se identifica el Movimiento Agua y, más exactamente, la esfera funcional de los riñones con el Dantian Inferior o Xia Dan Tian (下丹田, también llamado Campo de Cinabrio Inferior). Es el asiento del Jing Qi (精, esencia o energía ancestral) que, junto con el Qi (气, energía) y el Shen (神, espíritu), es considerado uno de los Tres Tesoros del taoísmo (Sanbao, 三寶). El Jing Qi (también llamado sustancia basal) se almacena en los riñones y, desde ahí, se distribuye en forma de Qi (气, energía) a través de los meridianos, que finalmente muestran su intensidad en el brillo de los ojos, Shen (神, espíritu), donde se muestra la actividad cerebral. Por ello, destaca el brillo de la mirada de los niños en contraste con la apagada mirada de los ancianos.
El Jing Qi es la energía directamente relacionada con la salud, la longevidad y la trascendencia. Dicha energía se cultiva con la meditación y respetando escrupulosamente los horarios de trabajo, comidas y descanso. Cuando se trasnocha, se trabaja a turnos o se realizan tareas agotadoras (físicas o mentales), la esencia ancestral se gasta prematuramente, acortándonos irremediablemente la calidad y la cantidad de vida de que disponemos. El Jing Qi lo heredamos de nuestros padres, y su cantidad es limitada, por ello es crucial darle un correcto uso y no malgastarlo: la calidad y la duración de nuestra vida esta en juego y depende de nuestras actitudes.
Conclusiones
Fue en los mares primigenios donde nació la vida y, desde ellos, desde donde se extendió por el resto del planeta. Al igual que el agua es el líquido elemento imprescindible para la vida, el Movimiento Agua es el arquetipo donde vida y muerte se encuentran: es el principio y el fin del ciclo de la vida. Por ello, la Navidad (el nacimiento) no sólo hace referencia al retorno de la luz invernal (renovación, esperanza y vida), sino que también es el punto de unión de la familia, donde todos los familiares se reencuentran actualizando y reforzando su pertenencia a ese todosuperior que es la familia. Así pues, el Movimiento Agua está relacionado con los riñones, con lo genético, con lo sexual; es decir, con la estirpe, con el linaje sanguíneo que nos hace miembros de un ecosistema muy superior al de nuestra simple individualidad. En el reencuentro con la familia, se revela el holón (el todo-parte) que somos, lo que implica que la familia es una parte indisociable de nuestra individualidad y que, de la misma manera, nosotros somos parte indisociable de nuestra familia. Así, todas las Edades del Hombre representadas en la familia (niños, jóvenes, adultos y ancianos; o sea, pasado, presente y futuro) se encuentran en el presente, en el aquí y ahora que definió Fritz Perls.
Cada día atravesamos un ciclo solar completo entre el amanecer y el ocaso: un pequeño nacimiento y una pequeña muerte. Los seguidores de las prácticas espirituales de la antigüedad, orientales y occidentales, conocen bien esta verdad, por lo que su día a día es un ciclo de perfecto equilibrio entre actividad y descanso, y nacimiento y muerte. Así, cada día se aprovecha al segundo y se cumple escrupulosamente con los horarios solares que marcan nuestros ritmos, no sólo biológicos, sino también espirituales relacionados con nuestro propósito de vida. De esta manera, las pulsaciones del universo se encarnan en nosotros cada día haciéndonos uno con la totalidad a la que pertenecemos; así es como, en cada solsticio de invierno, nos lo recuerda el Movimiento Agua con el retorno de la luz.