Los chinos, el Tiempo, y el engaño de la razón
Mariola Moncada Durruti
El tiempo es un misterio, y prueba de ello es que Aristóteles, San Agustín, Kant o Bergson dedicaran buena parte de su energía a reflexionar sobre él y sobre lo inaprensible de su naturaleza. Al tiempo se le relaciona con el movimiento, con el espacio y con el alma, y es objeto de estudio tanto de la física como de la metafísica. Además, y a efectos más prácticos, el tiempo (o, mejor dicho, la falta del mismo), está directamente relacionado con la que es hoy por hoy la primera enfermedad del planeta y origen de muchos males sociales: la ansiedad. Y es entonces cuando la reflexión sobre el tiempo pasa de ser pertinente a ser, sencillamente, una cuestión “urgente”, porque más allá de sus implicaciones filosóficas, nuestra percepción y el modo en que gestionamos el tiempo es hoy también una cuestión de salud pública.
Arqueología del concepto de tiempo en occidente
Haciendo un breve ejercicio de arqueología sobre el concepto del tiempo a lo largo de la historia podríamos decir que hay dos grandes representaciones en las que la humanidad hemos entendido el tiempo: la concepción lineal del tiempo propia de la cultura occidental y la concepción circular o cíclica del tiempo en las culturas asiáticas y de manera especial, en la china.
El sueño del Caballero (c. 1655) una clásica pintura barroca que representa la fugacidad del tiempo.
La linealidad del tiempo occidental tiene raíces muy antiguas, nos viene dada por su entronque con la tradición judeocristiana, que a su vez la heredó del antiguo zoroastrismo, pero sobre todo se grabó a fuego en nuestro ADN cultural en el siglo XVIII. Newton, el científico más influyente del siglo de las luces, puso las bases del concepto físico del tiempo con el siguiente enunciado: el tiempo es algo puramente objetivo y físico, un flujo universal continuo y uniforme, que fluye sin relación con nada externo, es decir, independiente del espacio. Newton “arrancó” a la línea del tiempo del espacio por el que transitaba, probablemente sin sospechar las implicaciones tan profundas que ello tendría para nuestra civilización. Los albores de la ilustración, de la era de la ciencia y del triunfo de la razón hallaron en la belleza de la línea recta una hermosa, clara y científica explicación del tiempo. Si la ilustración encumbró el tiempo racional, la revolución industrial del XIX lo aceleró como nunca antes en la historia de la humanidad con la idea de progreso.
Tanto es así, que hoy en día somos incapaces de imaginar un progreso no lineal…
La humanidad ha avanzado desde entonces cada vez más rápido y más lejos en línea recta hacia el dominio del espacio, cada vez llegamos más lejos en menos tiempo. Hemos tomado carrerilla y acelerado como nunca el pulso al tiempo en los últimos cien años, como si se pudiera abarcar tanto espacio sin contar con él, y Cronos parece haberse tomado la revancha. ¿No es inquietante que en el mito griego Cronos acabara devorando a sus hijos? Hoy en día hemos alcanzado las cotas más altas de conocimiento y desarrollo tecnológico, cada vez sabemos más y tenemos más, pero curiosamente no tenemos tiempo, la falta de tiempo nos hace cada vez ser más impacientes y eso nos roba la paz, ya no sabemos esperar y, sin esperanza, nos estamos cargando el misterio.
Ay madre…
En su libro, ¿Por qué los chinos siempre tienen tiempo?, la filósofa francesa Christine Cayol reflexiona sobre el tiempo y el modo tan diferente de entenderlo en China. Su libro es una deliciosa disertación sobre el tiempo plagada de alusiones a pensadores chinos y europeos, clásicos y modernos, y a sus propias vivencias como occidental afincada en China. Cayol refiere cómo: “la conceptualización del tiempo como algo racional, lineal y medible que impone la Modernidad nos aleja de la experiencia sensible, y ha trastocado nuestra conducta (…) bulimia de acciones, adicción a la información, obsesión por la multitarea y retraso permanente (…) el tiempo de la racionalidad occidental no se vive”.
Personas jugando en una calle de Hong Kong en una postal de finales de la dinastía Qing (c.1910)
Anatomía del tiempo en China
¿Y qué puede China aportarnos en este asunto, acaso los chinos no van deprisa?
Sí, los chinos están, al igual que todos nosotros, inmersos en un presente frenético, y no es que vayan deprisa, van “a toda mecha”. Pero tienen, en virtud de su peculiar ADN cultural, una relación especial con el tiempo, una herencia cultural que les facilita una mayor complicidad con el dios Cronos y les permite fluir en la vorágine de una forma bastante más flexible y menos lesiva que en occidente, (eso es, al menos, un parecer compartido de los que tenemos desde hace tiempo un contacto estrecho con chinos).
No haber vivido una ilustración de corte racionalista como lo hizo Europa en el siglo XVIII, les dejó a los chinos la dolorosa experiencia de engancharse mucho más tarde al tren de la Modernidad y de la Revolución Industrial. Pero, en contrapartida, no se perdieron en China los pulsos sabios del tiempo antiguo, que el Racionalismo borró de un plumazo en Occidente. Como en tantas otras cosas, China es ese espejo en el que se refleja nuestro anverso, a veces desconcertante y otras clarificador, pero siempre una referencia valiosa. Indagar sobre cómo el pensamiento chino ha concebido el tiempo es un viaje que quizás nos pueda ayudar a todos (chinos incluidos) ¿quien sabe? a vivir mejor.
Los clásicos chinos nunca teorizaron mucho sobre el tiempo en sí, a los sabios chinos no les interesaba las disquisiciones teóricas sobre qué es el tiempo, sino saber cómo funciona el tiempo, el aspecto ontológico del tiempo estaba totalmente subordinado en favor de la perspectiva del tiempo como proceso. Los chinos antiguos identificaron el tiempo no como un flujo continuo y uniforme, sino como una gran variedad de ciclos o secuencias de mayor o menor duración, en las que los cambios se desarrollan de forma cíclica y estable. Por decirlo de otra forma, los chinos percibieron el tiempo como un conjunto de tempos no uniformes y perfectamente síncronos.
Reloj de sol en la Ciudad Prohibida de Beijing.
Consecuentemente, en China los modos de medición del tiempo no se ajustaron a un tiempo único. La medición del tiempo en China ha estado siempre ligada a procesos vinculados a la naturaleza, procesos de diferente índole y que se desarrollan a diferentes velocidades.
La plasticidad del tiempo chino
Una breve exposición de algunos de los tempos chinos debe comenzar con el más básico: el tempo binario, según sea la fase Yin o la fase Yang. Hay que entender que los tempos no son igual a “duración”, pueden ser interpretados de forma fractal, es decir un ciclo de tempo yinyang, puede darse en veinticuatro horas (la alternancia entre el día y la noche), o a lo largo del año solar (la alternancia entre las estaciones cálidas: primavera-verano, y las estaciones frías: otoño invierno), o a lo largo de la vida de una persona (el paso de la infancia y juventud hacia la madurez y vejez), o incluso ciclos cósmicos de auge y declive de miles de años de duración.
Igualmente ocurre con los tempos quinarios, por ejemplo, el tempo en la secuencia conocida como los “cinco elementos” o las cinco fases asociadas a los elementos: madera, fuego, tierra, metal y agua. Una secuencia que se puede interpretar como el transcurso de las estaciones desde la primavera hasta el invierno, pero también tiene, de manera independiente al momento del año, implicaciones muy concretas en medicina china a la hora de establecer un diagnóstico, o señalar el momento propicio para un determinado tratamiento o la ingesta de una medicina.
Esquema original de la Torre del Reloj del erudito chino Su Song (1020-1101),
un prodigio mecánico impulsado con agua que daba la hora y señalaba la posición de las estrellas.
En la datación histórica, los siglos chinos son tempos sexagenarios: ciclos de sesenta años resultantes de combinar dos medidas: una decimal, los “diez troncos celestes” y otra duodecimal “las doce ramas terrestres”. El ciclo sexagenario resultante de la combinación de estas dos medidas servía para delimitar ciclos de sesenta años, pero también y al mismo tiempo, para nombrar cada día del año.
Otro tempo muy importante en la vida de los chinos es el de los veinticuatro términos solares, que marca el grado de inclinación del sol y divide el año en veinticuatro periodos de quince días que indican las acciones propicias en la agricultura.
En medicina china el conocimiento de los tempos es crucial en la etiología, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades. Además de los ya citados tempos binarios (yinyang) y quinarios (cinco fases), hay otros tempos específicamente biológicos, por ejemplo, el que divide el día en doce periodos de dos horas cada uno y que indica qué órgano y qué emoción es más sensible, o la secuencia wuyun liuqi que marca el ascenso o declive de la energía en el cuerpo combinando las cinco fases biológicas del cuerpo con los siete tipos de climas.
Un reloj solar que indica las estaciones en el calendario lunar chino (Hong Kong).
Podríamos extraer muchos más ejemplos, pero con esta selección de “tempos chinos” basta para percibir una característica muy singular del tiempo chino, que es su extraordinaria plasticidad. El tiempo en China se concibe según el proceso, y a más de ser un reloj, deviene una brújula que señala no solo el tiempo físico, sino el momento más oportuno, idóneo o eficaz para realizar una acción, ya sea agrícola, de negocios, o fijar la fecha de una boda. Como menciona Christine Cayol, en China, no hay una “mala” decisión, sino una decisión en un momento que no es el “apropiado”.
La mera consciencia de que existen varios tempos de forma síncrona permite gestionarlos de forma diferente, no es lo mismo el tempo de hacer negocios, que el de recuperarse de una enfermedad o el de ver madurar a tu hijo. La aceleración de un tempo no impide que otro se desarrolle con más parsimonia.
La aceleración del tiempo y el “engaño” de la razón en Occidente
El tiempo racional nos permite medir y planificar muchos aspectos de la vida, y es muy útil, siempre y cuando no se imponga como la única medida del tiempo en detrimento de otros tempos, tempos que no son identificables desde la racionalidad, sino desde la propia vida. La trampa de la “racionalidad” del tiempo llega cuando nos impele a identificarlo como algo uniforme en todos los procesos e independiente de ellos, y a pensar que todo en la vida es medible por el mismo rasero. Es entonces cuando el ritmo de procesos tremendamente acelerados en la Modernidad como la producción y el consumo “contagian” su aceleración al resto de las esferas de nuestra vida.
Y de ahí es de donde surge la ansiedad y la frustración, porque olvidamos la enorme sabiduría que encierra el dicho popular “cada cosa a su debido tiempo”. Hay procesos que requieren de una larga maduración que desemboca en una brusca transformación, y por el contrario hay otros que, tras múltiples transformaciones, entran en un periodo de hibernación.
En definitiva, le hemos privado al tiempo de su “espacio”.
Reloj de incienso chino (香钟, Xiāng zhōng, “reloj fragante”). Un quemador de incienso que iba cortando unos hilos
de los que pendían pesos metálicos, que al caer hacían sonar un platillo metálico. (Col. Royal Museums)
Reconocer la variedad de tempos que existen, (y que ahora evocamos mirando a China, pero podríamos también encontrarlos en nuestra propia tradición), nos permite entender mejor que no se trata de asir el tiempo, sino de sumergirse en cada ola del tiempo y cooperar con ella en lugar de intentar domarla.
Puede que todo el entramado del formalismo confuciano con sus rituales de cortesía, sus normas y sus tiempos de espera, responda también a un deseo, probablemente inconsciente, de concederle al tiempo el espacio necesario para anclarse en cada situación, y con ello proporcionar más lucidez. Probablemente China no tenga todas las respuestas acerca del tiempo, pero contemplarla nos recuerda, como dice Cayol, que reducirlo a un solo parámetro es empobrecerlo.
Yin Yang y el espacio-tiempo
La palabra china de cosmos (yuzhou) está formada por la combinación de dos caracteres, el primero referido al espacio y el segundo al tiempo, toda la cosmología y la ciencia china se construye sobre la pareja Yin (referida a la materia, al espacio) y Yang (referido al espíritu, al tiempo). El espacio-tiempo de Einstein, concepto rompedor que ha sacudido los pilares de la física moderna, y que probablemente pueda explicar gran parte del desbarajuste actual, se intuyó hace ya milenios en la China antigua.
Albert Einstein y su esposa Elsa en Shanghai en 1922, en casa del pintor y calígrafo Yang Witing (cortesía del Leo Baeck Institute)
La Modernidad occidental ha sido una carrera hacia el dominio del espacio, pero no parece que hayamos encajado bien el tiempo, la sustancia más sutil y misteriosa del espacio. El triunfo de la razón nos hizo pensar que podía ser reproducible términos racionales, y mensurables y por eso nos lo imaginábamos lineal. China, sin embargo, maneja bien un concepto curioso para la psique occidental, el de la sincronicidad: en el tiempo no lineal los acontecimientos son síncronos y lo que muestran es el curso de los cambios. La óptica china nos permite concebir el tiempo no como la parca implacable, sino como energía, y a la historia no como un relato empolvado de acciones pretéritas, sino como una guía sabia en la estrategia y toma de decisiones.
Francios Jullien, un eminente filósofo y sinólogo francés, sugiere que el pensamiento chino es un incentivo para la desconexión, para la fluidez y la apertura, la “desconexión china” no es el remedio milagroso para las patologías de Occidente, afirma Jullien, pero sí resulta un buen antídoto contra el abuso de la racionalidad.
Verdaderamente Inspirador…