Yin-yang: la eterna danza cósmica
Rafael de Mora
La naturaleza de la Luz Solar
Nuestra estrella, el Sol, con su luz y calor ha sido desde el principio de los tiempos fuente de admiración y devoción por parte de los seres humanos. Tanto cuando vivíamos como pueblos nómadas tras nuestros rebaños de ganado como después, al asentarnos y emerger la agricultura, los ciclos solares han marcado nuestro calendario existencial. De ahí provienen las celebraciones de los solsticios de invierno y verano que tan arraigados siguen en nuestras tradiciones populares, incluso hoy en día.
Todos los seres que habitamos este planeta somos hijos de la luz y, literalmente, nos alimentamos de ella, bien al consumir las plantas que la almacenan o bien al comer los animales que se alimentaron de las plantas. Igualmente, es conocida la necesidad de la luz solar para la activación de la vitamina D3, sin la cual no podríamos construir nuestros huesos, sin olvidar que dicha vitamina actúa directamente en la activación de un gran número de genes, lo que la hace aún más imprescindible para nuestra existencia. La mayor parte de la absorción de la luz solar se realiza mediante la piel, pero su naturaleza, científicamente hablando, no se entendió hasta que, en 1905, Albert Einstein nos develara la existencia de los cuantos que empaquetan los fotones que la constituyen.
El Sistema Sol-Tierra-Luna
La Tierra recorre su órbita alrededor del Sol a una velocidad media de 30 km/s, y a su vez, rota sobre sí misma, lo que implica que siempre haya una mitad de la Tierra expuesta a la luz y al calor solar y que la otra esté en sombra, oscura y fría, pero al estar en constante movimiento, las zonas cálidas se tornan frías, y viceversa. Esa diferencia de potencial luz-oscuridad, calor-frío, es lo que crea la vida en el planeta. Así nace el viento, por la diferencia de temperatura entre las capas altas (calientes) y bajas (frías) de la atmosfera, que luego será el responsable de la dispersión del polen y de los granos de las plantas, facilitando la cadena trófica terrestre. De igual manera, la diferencia de temperatura de las aguas crea el movimiento de las corrientes marinas (ascendentes y descendentes) que transportan los alimentos, que son creados por el fitoplancton con la imprescindible mediación de la luz solar, dando así nacimiento a toda la cadena trófica marina. En ambos casos, es la fotosíntesis el eslabón más bajo de la cadena alimentaria.
Es conocido en biología marina el hecho de que en muchas noches de luna llena es cuando gran cantidad de animales marinos realizan el desove de sus retoños. En tierra firme, animales pequeños, artrópodos y gatos reconocen cuándo va a llegar el momento de la luna llena, porque se produce un aumento en el espectro de la luz ultravioleta que emite reflejada la Luna. Estos son sólo algunos ejemplos de cómo la luz solar afecta y condiciona a todos los seres vivos del planeta sin excepción.
Cronobiología
La luz solar entra en nuestro cerebro a través de los ojos y, tras pasar por el núcleo supraquiasmático, llega a la glándula pineal o epífisis cerebral: la reina del sistema psiconeuroinmunoendocrino. Se encuentra ubicada en el epitálamo, entre los dos hemisferios y, más exactamente, en el surco donde las dos mitades del tálamo se unen; es decir, en un lugar central del cerebro. Desde su posición privilegiada, la pineal recibe la luz solar que luego ella reinterpreta, dirigiendo y modulando todos los ciclos hormonales, neurológicos, inmunitarios, emocionales, etc., propios de los tres billones de células que nos componen.
La glándula pineal, como directora de orquesta que es, marca el tempo de cada uno de nuestros sistemas biológicos, iniciando unos y deteniendo otros de forma controlada y alterna, convirtiéndose en el reloj interno que organiza el sinfín de actividades bioquímicas que se dan de forma armónica y controlada en nuestro cuerpo. Como consecuencia de ello, por el día se encuentra activo principalmente el sistema nervioso simpático, que se encarga, en términos generales, de organizar toda la actividad de la persona en vigilia, para lo cual la temperatura central (del interior de los órganos) está más elevada que la periférica (pies, manos, cara y piel), y también activa las hormonas y neurotransmisores propios de la actividad física y mental; pero por la noche, entra en funcionamiento, mayormente, el sistema nervioso parasimpático que, por lo general, promueve procesos de recuperación, nutrición, limpieza y desinflamación para compensar la actividad diurna, invierte las temperaturas bajando la temperatura central y subiendo la periférica y sintetiza hormonas y neurotransmisores que nos inducen al sueño y a la recuperación. Como queda patente, la vida es un equilibrio entre actividad y reposo, entre día y noche, entre Yin y Yang.
El arqueo-arquetipo Yin-Yang
El término «arque» hace referencia a la palabra procedente del griego «arjé», que significa fuente, principio u origen de las cosas, y «tipo», que significa impresión o modelo. El Yin-Yang son los arquetipos más elementales de la creación, y por ello componen las partes atómicas (no divisibles) del resto de los arquetipos. Nacieron en la noche de los tiempos inmersos en la filosofía taoísta y, desde entonces, siguen en vigor en todos los planos, pudiéndose aplicar a la filosofía, a la medicina, a la economía, a la política, etc.
El arquetipo Yang nace de la luz solar, el arquetipo Yin de la ausencia de dicha luz; así la vida se muestra conjugando los dos polos Yang y Yin, en aparente oposición y en auténtica complementariedad. La vida se expresa conforme a la dominancia de una de esas dos polaridades, siempre cambiantes e interdependientes, que conforman las dos caras de la misma moneda, de un mismo ser o de una misma situación.
El flujo y reflujo de la luz solar crea todos los ciclos: día, noche, estaciones y, en esencia, la Vida. Se muestran con claridad en los antiguos diagramas taoístas, que interrelacionan el continuo espacio-tiempo con los períodos en que la existencia se expresa y que son referenciados en textos canónicos como el Huang Di Nei Jing (Canon del Emperador Amarillo) y el Yi Jing (Libro de las Mutaciones o Cambios), entre otros.
El pensamiento circular característico de la filosofía taoísta nace de la observación de los fenómenos naturales, que no son más que consecuencias del movimiento permanente de nuestro planeta, en el que viajamos por el espacio sideral alrededor del Sol.
Por arquetipo también se entiende una misma ley que se manifiesta en los diferentes planos de la vida; por ejemplo, el sistema respiratorio humano está compuesto esencialmente por los mismos elementos que encontramos en otros animales inferiores, incluso en peces, anfibios y plantas: es el mismo patrón (ley o arquetipo), pero adaptado específicamente a cada especie.
En última instancia, el arquetipo Yin-Yang es el lenguaje en que está escrito el universo, la vida y, necesariamente, nosotros mismos; por ese motivo, las leyes que operan en nuestro interior no son diferentes de las que se muestran en el exterior. Cuando se rompe la dicotomía interior-exterior, yo-tú, propio-ajeno, etc., se entra en el reino del Dao (Tao), donde se ha superado el dualismo y sólo permanece la Unidad, el Todo: la Comunión de la que hablan los místicos de todas las tradiciones espirituales.
Las Edades del Hombre y los 5 Movimientos (Wu Xing)
Los periodos que marca la agricultura (siembra, maduración, cosecha, etc.) están estrechamente ligados a la intensidad y calidad de la luz solar que reciben las plantas durante las cuatro estaciones, siendo siempre único y particular cada uno de esos momentos. Al igual que el reino vegetal y el animal, los humanos también estamos influenciados en nuestros ritmos vitales por las cuatro estaciones, tanto biológicamente como psicológicamente.
Todos hemos experimentado la interiorización física y mental durante el invierno, el nerviosismo y actividad de la primavera, la tranquilidad y estabilidad de la primera parte del verano, la alegría de la segunda parte del verano y la tristeza y el recogimiento a que nos invita el otoño. Nada de esto es casual: son los efectos sobre nuestro cuerpo y sobre nuestra psique de las calidades de la luz solar propias de cada estación. Una vez más, es la relación que tenemos con la luz solar la que determina la meteorología exterior y nuestro particular clima interior.
El bebé, desde la concepción hasta los primeros meses de vida, vive en un estado de máxima vulnerabilidad y dependencia, lo que le predispone al miedo y a que la dirección de su actividad sea de subsistencia: su Movimiento es el Agua (Yin). Los niños tienen una emocionalidad muy cambiante, su dirección es centrífuga, en todas las direcciones, parecen incansables, son rápidos y adaptables: esas son las condiciones del Movimiento Madera (Yang). Los jóvenes buscan con pasión el amor, la experiencia vivencial y los ideales, su tendencia es vertical como la de una llama: su Movimiento es el Fuego (Yang). El adulto goza de un equilibrio entre el desarrollo físico y el mental, la dirección de su actividad es circular (reflexiva) sobre sí mismo: su Movimiento es la Tierra (estado neutro de equilibrio Yin-Yang). El anciano tiende a cristalizar las experiencias de vida en su cuerpo y en su mente, lo que le hace particularmente rígido y melancólico, por lo que su dirección es centrípeta, de recogimiento e interiorización: su Movimiento es el Metal (Yin).
Así pues, Yin y Yang se agrupan en nuevos arquetipos o mónadas (como diría Leibniz) generando los Cinco Movimientos Agua, Madera, Fuego, Tierra y Metal. Al igual que los primigenios Yin y Yang, los Cinco Movimientos se encuentran circunscritos en nuestro cuerpo y en nuestra psique. Así pues, transitamos por todos ellos a lo largo del día y de la noche, de los meses, de las estaciones y de las Edades del Hombre. Por ello, conocerlos nos permite vivir el aquí y el ahora de forma plena, así como comprender el pasado y preparar el futuro. Y no sólo para conocernos a nosotros mismos, sino también para entender al resto de las personas y al mundo que nos rodea.
Igual que las bases purínicas y pirimidínicas son el alfabeto con el cual se ha escrito el ADN, o sea, la vida biológica, Yin y Yang conforman un alfabeto que permite leer todos los aspectos de la naturaleza y del ser humano en todos los dominios, desde los más materiales de la vida cotidiana hasta los más trascendentes.
Conclusiones
La antigua filosofía del Yin-Yang nos enseña que nada está aislado del resto (la no dualidad), que todo está compuesto por el Yin-Yang, siendo estos inseparables, que el aumento de uno de ellos implica necesariamente la disminución del otro, que cada uno de ellos vive germinalmente en el interior del otro y que, al llegar uno de ellos a su cenit, muta en su opuesto.
Así, los que un día fuimos cuidados, más adelante nos convertimos en cuidadores y terminaremos volviendo a ser cuidados. Los discípulos se convierten en maestros y, cuando los maestros llegan a su apogeo, alcanzan la ingenuidad y la ligereza del principiante. Los niños se convierten en padres y madres, que más tarde se tornaran en abuelos para, finalmente, volver a la inocencia primigenia de los niños pequeños. En el teatro de la vida, todos nosotros vamos interpretando el papel que nos corresponde en cada momento, para que de esta manera alberguemos una experiencia completa al final de la vida, que nos permita catapultarnos hasta el siguiente estadio de consciencia.
Así pues, todos los seres vivos, sin excepción, vamos transitando por los diferentes periodos de la vida (unos Yin, otros Yang) y por las distintas edades del Hombre a través de los Cinco Movimientos, para que al final del camino, hayamos cumplido el propósito de vida encomendado y así, desde nuestra plenitud individual, podamos zambullirnos en la disolución de nuestra personalidad y retornar al Todo del que siempre hemos sido parte, aunque sin ser plenamente conscientes de ello. De esta manera, es como el universo (el Dao) y como la vida misma se organizan, lo que nos convierte en bailarines que participamos activamente en la eterna danza cósmica del Yin-Yang.